Escribía yo a fines de mayo en un anterior artículo, “Éramos felices y no lo sabíamos”, en donde analizaba el mundo prepandemia y postpandemia.  En ese artículo veíamos que ese mundo que conocimos hasta el 2019, con sus altas y sus bajas, en el que aprendimos a vivir desde niños y al que logramos más o menos manejar, ya no existe. Vimos que en ese año hubo un quiebre a nivel mundial que afectó la vida de toda la humanidad; un quiebre de los tantos que ha habido en los 300 mil años del Homo sapiens. Este no es el primer quiebre ni será el último.

Decía también en ese artículo que los estragos de la pandemia del Covid-19 no se iban a resolver ni siquiera para cuando se haya controlado el virus, sino muchos años después. En consecuencia, nos hallábamos frente a un mundo en muchos sentidos inédito para nosotros, donde muchas cosas teníamos que reaprenderlas, así como nuestros ancestros tuvieron que reaprender frente a los quiebres que les tocó a ellos vivir.

Cuando salíamos de la pandemia y recién veíamos un atisbo de luz al final del túnel, cual tsunami después de un terremoto nos cayó la guerra entre Rusia y Ucrania que, al igual que un tsunami, trae más destrucción y desolación que el que ya trajo el terremoto del Covid-19. Pero a diferencia de un desastre natural aislado en una región o país,  ambas la pandemia y la guerra han afectado al mundo entero. Todos estamos padeciendo a causa de ambas. Es un error inventarnos que la guerra entre Rusia y Ucrania es un problema europeo, por ejemplo, tanto como hubiera sido al principio de la pandemia inventarnos que esta no llegaría a nuestras puertas. Por ende, la guerra, tanto como el Covid-19 antes que ella, nos atañe.

No pienso tratar en este artículo los orígenes ni las causas de esta guerra, y tampoco veremos quiénes a fin de cuentas terminarán beneficiándose de ella mientras que tantos otros se verán perjudicados; estos temas los dejo para un siguiente artículo. Lo que me interesa delinear aquí es cómo estos quiebres suponen una crisis para el mundo entero y, en detalle, cómo esto nos afecta en términos prácticos a nosotros en el Perú.

Este doble quiebre: pandemia seguida por guerra, ha sacado lo peor de nosotros y nos ha mostrado los verdaderos rostros de los seres humanos. Por cómo vamos en los últimos dos años, corremos el riesgo de llegar a una situación de “sálvese quien pueda y como pueda”. Los principios de solidaridad y compasión serán letra muerta como también lo serán los conceptos de países de derecha o de izquierda, países democráticos o dictaduras. Como vimos al principio de la pandemia, cada país cerró sus fronteras, se apertrechó de todo aquello que consideraba que le iba a ser necesario. Los estados llegaron incluso a amenazar a las fábricas de sus connacionales que pretendían exportar insumos a otros países. En los primeros meses de la pandemia, el pánico de los diversos estados era tal que llegaron incluso a embargar los embarques que se encontraban en tránsito en puertos y aeropuertos con rumbo a países vecinos. Frente a la crisis mundial, los estados no querían arriesgar no recibir los insumos sanitarios necesarios para preservar a su población por lo que se comportaron cual piratas.

Es decir que, en pandemia, como en la guerra, todo vale.

Dominado el pánico inicial y pasados algunos meses, en forma muy lenta, los estados se comenzaron a “organizar” como podían y se hizo más evidente que nunca que tantos países dependen de otros países, ya sea para que les donen insumos o se los vendan. Los países que tienen poder y/o cierto dominio sobre otros países quieren hacernos creer que podemos y debemos depender de ellos ya que son la garantía de nuestro bienestar y supervivencia. Pero, en la pandemia nos quedó bien claro que estos mismos países poderosos también entraron en pánico y priorizaron a su gente, olvidando las promesas hechas a los países no tan afortunados. Como ya dije, transcurrieron varios meses hasta que, pasado el pánico inicial, echaron una mirada afuera de sus fronteras. Ni bueno ni malo. No los juzgo por priorizar a su gente, pero eso nos enrostra cómo son en realidad las cosas, indicando qué deben hacer y qué no deben hacer nuestros gobiernos para que no nos encontremos en momentos de crisis mundial teniendo que depender de otros para sobrevivir.

Y así llegamos al subtítulo de este artículo:

¿Y el Perú qué?

Nuestro país está sumido en una vorágine de acontecimientos cuyo vórtice, cual agujero negro, solo nos permite ver oscuridad y desolación. El grito mudo que se oye es: ¿Y después qué? Y es que con el mundo que se nos viene en un futuro no muy lejano, ¿estamos listos para afrontar la parte del tsunami que nos toque? Y, más importante aún, ¿con qué líder enfrentaremos lo que se nos viene?

Estamos mirando el tsunami que se nos viene encima y haciendo como quien esconde la crisis bajo la alfombra con la esperanza de que “si no la veo y si no hablo de ella, entonces puedo alucinarme que no existe”.

Seguimos hablando de revoluciones como si el tsunami —o lo que nos toque de él— sumado  a los estragos de la pandemia no nos pueda diezmar. Debemos pensar que los ciudadanos más pobres, que siempre se utilizan como carne de cañón en las revoluciones, son los primeros perjudicados.

Nunca hubo una revolución sin un Líder que personifique la esperanza de una vida mejor, más justa y equitativa. Sin embargo, las revoluciones más importantes casi siempre fueron generadas no por el pueblo, sino por las mentes burguesas e intelectuales de cada época quienes, por lo regular, respondieron a egoístas intereses personales o grupales disimulados dentro de pomposos lemas como: “Por la libertad”, “Por la Democracia”. La verdad es que las revoluciones son provocadas siempre por intereses poco altruistas, aunque luego sea el pueblo el que, como siempre, lleve adelante sus propias reivindicaciones.

¿Y después qué?

El Perú en estos momentos necesita urgentemente un Líder que pueda devolverle la esperanza a un pueblo que se pregunta justamente: ¿Y después qué? Si dejamos ese hueco sin llenar más tiempo, y no hablo de años, hablo de meses, corremos el peligroso riesgo de que otro “Castillo”, otro “Antauro” o cualquier otro outsider surja de improviso y se corone como el nuevo reyezuelo por otros tantos años.

La razón por la que el pueblo hoy está pasmado, inmóvil y desmotivado, además de los estragos de la pandemia y el pandemonio político actual, es que se está preguntando: ¿Y después qué? Está diciéndose también: “Okay, ya es hora de sacar a Castillo pero, ¿quién nos garantiza que el siguiente no será peor? ¡No vemos ningún líder que nos dé confianza!” Este es el grito mudo con que el pueblo enrostra a sus gobernantes.

En el año 2000 hubo una crisis similar pero teníamos Líderes que aglutinaban gente alrededor de su ideología; buenos o malos, había Líderes. En el 2006 también hubo otra crisis y también había Líderes. En el 2020, en plena crisis de pandemia hubo varios liderazgos, comenzando por el Presidente, al que el pueblo seguía por necesidad más que por amor, cierto, pero había un Líder. Repito, no discuto si estos liderazgos sumaban o restaban o si eran buenos o no, el hecho inobjetable es que había Líderes.

Hoy, en el año 2022, en plena crisis gravísima en el Perú, no hay Líderes. Hay simulacros de liderazgo, como los mandos rengos de Castillo, Aníbal Torres, alguno que otro Ministro… Y todos ellos, además, heridos casi de muerte por la carga de pruebas en su contra por presuntas actividades delictivas y por la consiguiente presión mediática. Y esto último enhorabuena, pues, de lo contrario, hace rato que el pueblo estaría en las calles.

Por otro lado, Antauro Humala, que todos intentan “barrer bajo la alfombra” para no verlo y así convencerse de que no constituye un riesgo, es uno de los que puede dar el gran salto y convertirse en esa esperanza que el pueblo está esperando. López de Aliaga también es el único que desde el extremo opuesto ha liderado de alguna forma; sin embargo, entre su candidatura a la alcaldía y su intento de ser estadista a nivel nacional, al final Lima lo eligió alcalde y ya está en su papel.

En urgencia, Perú necesita un Líder que no sea un lanzamiento al vacío y que sea capaz de aglutinar a los ciudadanos de todo el país y darles la esperanza de un futuro mejor, así como organizarlos para que comiencen a perseguir un Meta Objetivo que sea común a todos y encaminarlos hacia ese derrotero superior.

Si no nos apresuramos a encontrar ese Líder, un inteligente y desquiciado seudo-líder será el que termine aglutinando al pueblo, y entonces: 

¡A llorar al río!