El mundo que teníamos en el 2019 ya no existe y, por ende, el Perú del 2019 tampoco y en el 2023 o 2024, vale decir, dentro de uno o dos años más, tal vez habremos dominado al virus y puede incluso que ya no se hable de él como aún hoy lo hacemos, pero seguiremos tratando de vencer los estragos emocionales, sociales y económicos que nos ha dejado esta pandemia.

La normalidad falsa que teníamos hasta el 2019 nunca más va a regresar ya que en estos tres años nuestros hábitos y costumbre han cambiado, algunos en forma radical y esto va a generar una nueva realidad con códigos diferentes que terminará en algunas variantes muy acentuadas en nuestro comportamiento. Es, sin duda alguna, un quiebre de 90 grados.

Una de las primeras variantes de nuestro comportamiento podríamos atribuírsela, con cargo a un mayor análisis en el tiempo, a la facilidad. Conque en pleno siglo veintiuno se dio la invasión a Ucrania y sé que muchos me dirán, sí, pero te olvidas de Afganistán, Irak y los países africanos y entiendo el punto, pero una cosa es que los EE.UU. abusen de su poder en países que la sociedad Occidental encuentra ajena a su vida y otra es que Rusia decida invadir un país cuasi europeo.

Durante la cúspide de la pandemia que sufrimos en nuestro país, la pérdida del trabajo, pérdida de nuestros parientes más queridos, quiebra de nuestros negocios, ruptura de relaciones que no soportaron el embate del encierro forzoso de más de un año y los servicios básicos de salud que antes de la pandemia para algunos demoraban un mes en llegar, pero al fin llegaban mientras que para los más afortunados era inmediato, la pandemia terminó achatando a todos los niveles socio económicos ya que no había atención para nadie, salvo que tuviera todo el dinero del mundo, sólo dejando dos niveles socio económicos, ricos y pobres, sólo los dos extremos como sociedad occidental y mucho más marcado en nuestro país.

Esto no es nuevo en el mundo, pero sí lo es para aquellos que viven en el mundo occidental y que hoy tienen menos de 75/80 años, por lo que podemos decir que, para gran parte de esta población del mundo, esta es una experiencia inédita.

Esto es sólo un vistazo de la nueva realidad que, en algunos casos, aún la estamos construyendo y por un momento regresemos, en honor al título, a lo que teníamos antes de este desastre.

¡Éramos felices y no lo sabíamos!

Antes de este desmadre sanitario, vivíamos una cierta libertad que, por ser habitual, nunca supimos reconocer y menos apreciar y aunque no tuviéramos muchas monedas en el bolsillo, el fin de semana en la cancha con los amigos y una cervecita o en reuniones de amigos, nos desfogábamos y bajábamos nuestras tensiones ansiosas de la semana.

Estábamos abrumados/as por ese trabajo donde ganábamos poco y no nos podíamos sentir muy realizados/as, pero recibíamos nuestro sueldo a fin de mes y ya nos habíamos acostumbrado a estirar el chicle al máximo para que dure. 

Puede que nuestra relación familiar no fuera de la mejor, pero al menos teníamos a nuestros parientes más cercanos, padres, hermanos, primos y tíos con nosotros o al menos a distancia de bus y no lo supimos apreciar y hoy quizá ya no están más con nosotros y puede que hasta se hayan ido uno detrás del otro sin que ni siquiera hayamos podido despedirnos, en muchos casos ni siquiera enterrarlos y menos hacer el duelo psicológico natural.

Nuestros hijos iban a estudiar todos los días, no importa a qué colegio ni qué tan contento/a estábamos con él, iban a estudiar al menos cinco o seis horas al día y, lo más importante, iban a socializar con sus coetáneos y todo en forma presencial y ni nosotros ni ellos supimos apreciarlo.

¡Éramos felices y no lo sabíamos!

Es que antes del 2019 había momentos en los que sentíamos que necesitábamos un cambio, pero, sobre todo, que lo queríamos realizado mágicamente por alguna hada madrina. Claro que siempre existieron los que generaban sus propios cambios e iban con relativa rapidez hacia sus éxitos, pero esos eran la minoría. La gran mayoría pedíamos cambios, pedíamos oportunidades, pero sólo nos limitábamos a eso, pedirlas y anhelarlas.

Cuando por fin esas oportunidades nos llegaban, en forma de trabajo, posible relación, oportunidad de tener una gran conversación con un pariente o pareja, el miedo, la culpa nos paralizaban y era muy común dejarlas pasar. Una y otra vez.

Ahora sin embargo, muchos de nosotros hemos aprendido y  no dudamos más  y las oportunidades las tomamos aunque eso involucre cierto riesgo y es que hemos aprendido que hoy el mundo cambia día a dí! Y la posibilidad de que esto vaya a peor está latente y es alimentada con políticas erráticas por parte de todos los actores mundiales.

¡Éramos felices y no lo sabíamos!

Tomar las oportunidades que se nos presentan, tener la posibilidad de alcanzar cierto tipo de éxito en estos momentos y poder tener la familia que siempre soñamos, el amor que nos merecemos y que tanto anhelamos en estos dos últimos años, la profesión que a pesar de las circunstancias nos satisfaga plenamente, etcétera. En otras palabra, esa vida que realmente merecemos y que tanto nos faltó durante este caos pandémico.

¡Éramos felices y no lo sabíamos!

Debemos aprender a vivir a plenitud, sea cual sea ese grado de plenitud que nuestra vida nos permita y la suma diaria de esos pequeños o grandes momentos de gozo y satisfacción que se transformaron en un éxito aunque sea pequeñísimo como sólo lograr llegar a tiempo a una cita, esas cosas conforman la felicidad. La felicidad no es un estado permanente o transitorio, es sólo la suma de esos momentos importantes para nosotros.