Hay algo que se llama patrones de conducta o comportamiento, que son la forma como nuestra personalidad lidia con nuestro entorno.  Son el conjunto de respuestas —casi siempre originadas en el subconsciente— que están destinadas a ayudarnos a adaptarnos mejor al medio que nos rodea y a satisfacer nuestras necesidades básicas. Esos patrones determinarán las actitudes con las que tomaremos decisiones y con las que nos enfrentaremos a los momentos críticos o momentos de quiebre en nuestra vida. En este artículo me interesa analizar aquellos patrones de conducta individuales que, en muchos casos, se transforman en colectivos ya sea a través de la observación y mímesis, o condicionamiento externo. Más específicamente, los patrones que nos llevan como país a caer en la trampa tan mencionado “mal menor”.

Como ejemplo que va a punto, voy a referirme a un tema muy común en nuestra sociedad, el de las personas que son maltratadas por su pareja y que, a pesar de todo, permanecen en esas relaciones. Por supuesto que las circunstancias y razones por las que sucede esto son variadas. No nos enfocaremos sobre estas variantes. Nos enfocaremos, más bien, sobre los patrones de conducta que llevan a una persona a aguantar estas situaciones displacenteras y dolorosas.

Una de las preguntas que nos viene inmediatamente a la mente cuando nos enfrentamos a un caso tal es: ¿Debería esta persona conformarse con la situación en la que se encuentra, donde no la respetan y, por el contrario, la agreden y la humillan? Las personas que se encuentran en situaciones como esta a menudo tienen una infinidad de razones para no salir de ellas; ejemplos comunes son la no-cooperación familiar, o el desinterés y falta de protección de los (supuestos) representantes de la Ley. Sin embargo, un patrón de conducta común que suele estar presente en la mayoría de los casos son los miedos y vergüenzas que las hacen pensar que, si deciden irse, van a estar peor, y que arriesgarse a salir de esa simbiosis les podrá traer más displacer y dolor. La respuesta a ello, la manera como se adaptan a su realidad y logran seguir sobreviviendo, es el convencimiento de que “así es la vida” y que “así son todos los hombres/mujeres”. Esa es la trampa del “mal menor”.

No vayamos tan lejos: digamos que no hay maltrato, sino desinterés y lejanía. Esta es acaso una situación más común. ¿Tiene una persona que conformarse con relaciones insulsas, sin pasión ni emoción, aceptando estar con alguien que no la hace feliz porque “al menos te proporciona cierta estabilidad económica”? En vez de arriesgarse a encontrar a alguien que la haga sentir mariposas en el estómago y acompañe a vivir una auténtica historia de amor con respeto e igualdad, la persona prefiere quedarse en el nivel del “peor es nada” en vez de arriesgarse a ir más allá. Esa es la trampa del “mal menor”.

La trampa del “mal menor”

El “mal menor” es como una sombra que nos persigue y que termina por hacernos renunciar a nuestros sueños y aspiraciones, y todo por temor a lo que pueda suceder si nos atrevemos a elegir arriesgarnos. Es esa voz que está en nuestro cerebro y que siempre nos convence de que es mejor conformarnos con lo que tenemos, por mucho que nos cause infelicidad o momentos displacenteros.  Ese es el “mal menor”: la elección de una opción que puede parecer menos mala que otras pero que, en realidad, es igual o peor. He ahí el secreto: nos causa menos ansiedad conformarnos con lo “malo conocido” por miedo a las consecuencias de enfrentarnos a lo desconocido que optar por la incertidumbre y riesgo que involucra la posibilidad de hacer nuestras vidas mejores de lo que ahora son.

Esta reacción es explicable. El ser humano encuentra muy difícil manejar la ansiedad y el estrés cuando estos exceden el nivel al que está acostumbrado y que ha aprendido a domesticar; en esas condiciones el miedo y la culpa hacen que entre en pánico y termine optando por lo más fácil, aunque esto resulte ser, al fin y al cabo, doloroso. Como digo, es una reacción explicable, pero de ninguna manera justificable, pues nada que resulte doloroso puede entenderse como mejor que la posibilidad de lo contrario. Este instinto del ser humano no debe ser aceptado como excusa para no accionar. La inacción termina siendo cobardía a la hora de tomar decisiones importantes para nosotros y para nuestra familia. La cobardía no es otra cosa más que el pánico que nos paraliza, que nos impide avanzar y alcanzar nuestras metas. Nos hace conformarnos con lo mediocre, con lo insatisfactorio, con tal de no enfrentarnos a nuestros miedos, culpas e inseguridades. La conformidad y el dolor que ella acarrea solo acaba en insatisfacción y descontento.

No debemos permitir que este patrón de conducta del “mal menor” apague nuestras vidas. Debemos atravesar este campo nefasto hacia algo prometedor, aunque este algo prometedor sea desconocido y nos cause miedo y culpa.

Como nosotros no somos varias personalidades en una, sino más bien somos una personalidad con múltiples máscaras, por lógica esto que digo funciona de la misma manera en todos los roles de nuestra vida, no solo con las relaciones de pareja. Va también para el trabajo. Entonces, nos encontramos con personas que se levantan de sus camas sin ilusión ni motivación ya que se están conformando con trabajos mediocres que no les reportan ninguna satisfacción ni profesional ni espiritual. En otras palabras, estas personas reciben un pago por hacer lo que odian y por estar todo el día donde no quieren estar. ¿Por qué lo hacen? Pues, porque prefieren el dolor o el displacer conocido, al que ya están acostumbrados, porque tienen así asegurado un salario al final de mes, en vez de arriesgar esa seguridad consoladora en búsqueda de obtener un premio mayor.  

Los miedos y los sentimientos de culpa, no los sueños, deseos, anhelos e ilusiones, son los que nos están guiando a evitar tomar las decisiones que puedan implicar una mejor calidad de vida.   En otras palabras, les entregamos la capitanía de su nuestro “vehículo de vida” a los miedos y a las culpas.

Elegir ser un líder de nuestra propia vida implica asumir riesgos, enfrentar desafíos y superar obstáculos. Esto, como podemos ver, no es compatible con conformarse con el “mal menor”, sino con luchar por un cambio real y por un futuro mejor. Por eso, como líderes, en lugar de conformarnos con lo que hay, elegimos ser valientes y nos embarcamos a tomar decisiones, acertadas como también no, siempre asumiendo la responsabilidad de dichas decisiones. Eso es ser un líder de nuestra propia vida: alguien que atraviesa el miedo y se atreve a soñar en grande y a luchar por sus ideales.

La trampa de la política

Para aquellos que, como yo, se especializan en analizar los patrones de conducta individual y colectiva, desde ya podemos atrevernos a ir aislando uno o varios patrones para su análisis y consecuente extrapolación. Los patrones comunes a los individuos como los que hemos visto arriba se vuelven generales a toda la población cuando se comparte un eje central. Si todo el país estuviera en una relación de maltrato o un trabajo que nos les trae satisfacción, todos (o la gran mayoría, que en términos de la multitud es lo mismo) reaccionarían de una manera similar porque aprenden patrones similares. Y qué es la situación actual del país si no una relación en la que los que nos dirigen nos maltratan y no nos muestran ni amor ni interés, y donde los que formamos parte de la ciudadanía nos encontramos totalmente insatisfechos por lo que nos toca, pero sin saber qué hacer por temor a perder lo poco que tenemos.

En este contexto, y siguiendo siempre los mismos patrones de conducta colectiva,  vamos a encontrar una vez más que la trampa también actúa en el tema de la política, tema que sistemáticamente una mayoría de ciudadanos se ha negado a trabajar, tratar o estudiar porque estamos decepcionados de ella; sin embargo, cada cuatro años —o, muy a menudo, sobre todo últimamente, menos— nos vemos obligados a emitir un voto de mala gana y de manera poco informada, digamos que “de forma inocente” (por no decir: sin ningún criterio), y, como siempre, siguiendo la consigna del bendito “mal menor”. Y así caemos en la trampa.

Y no es solo que cada elección el pueblo no vote a favor de su candidato preferido, sino del “menos malo” en vez de arriesgarlo todo por lo que realmente cree… Lo peor es que el pueblo es manipulado por intereses personales, partidarios o empresariales de otros que abiertamente priorizan el “mal menor”, aunque esto signifique convivir con la corrupción y la criminalidad. Ya decía Niccolò dei Machiavelli que en la historia humana el fin siempre terminó justificando los medios. Eso podemos corroborarlo hoy que, desde hace más de un año, se viene sosteniendo con babas un gobierno que, si no se cae solo, es porque un conjunto de poderosos (llámense congresistas, políticos o empresarios) que cree que mantener el statu quo que a ellos les conviene es más importante que la Justicia, la Ley y la Dignidad que debe tener un país; sin contar con lo más importante: el bienestar ciudadano. Y todo por ese nefasto patrón de conducta que se basa en tenerle miedo a lo desconocido y aceptar la trampa del “mal menor”, por más doloroso e indigno que este sea.

El “mal menor” es una trampa que nos han tendido los poderosos que quieren que el pueblo sea conformista, temeroso y cobarde. De esa forma, por ejemplo, congresistas de dudosa reputación podrán seguir haciendo leyes a pedido y con “dádivas” de por medio, políticos que manipulan los poderes del Estado con intenciones ulteriores y que tratan de someter incluso a la máxima autoridad por medio del chantaje —sí, el chantaje— y de múltiples otras maneras. ¿Por qué creen que lo que abunda en la política en el estado peruano y, en general, en Latinoamérica, es la corrupción? Pues, porque, si nos aseguramos de que los prontuariados, enjuiciados o malandros sean los que estén en el Estado (llámese Congreso, PJ, MP, JNE, gobierno en general, etc.), los podemos manejar como queramos por medio del chantaje con sus casos jurídicos y con la amenaza de cárcel.

Si aceptamos la trampa del “mal menor” como patrón de conducta válido, en realidad lo que estamos haciendo es perpetuar situaciones de injusticia o desigualdad, contribuyendo a mantener un statu quo que no beneficia a todos por igual, sino solo a aquellos cuyos beneficios abundan ya.

Hoy escuchamos decir: “Eliminar la reelección fue nefasto porque ahora los políticos ya no tienen aliciente para hacer las cosas bien ya que, si no tienen que competir por una reelección, no tendrían ninguna obligación de portarse correctamente”.  ¡Es absurdo pretender que un “profesional” necesita aliciente para no ser corrupto! Absurdo también poner a los políticos en el mismo rubro que un niño al que los padres le están enseñando las necesidades básicas de la vida con premios… ¿Acaso es esa la clase de políticos que queremos? Si es así, además, ¿qué hay del último mandato luego de la reelección? ¿Qué los detiene de llevarse el país entero por la ventana cuando, luego de sus reelecciones, ya están listos para retirarse a una playa caribeña? Me pregunto, ¿qué aliciente tuvo Grau, Bolognesi, Cáceres, San Martín, Bolívar, o las heroicas Rabonas de los ejércitos peruanos, o esos muchachos de las FFAA que perdieron su vida en el combate contra el terrorismo? ¿Acaso a ellos no les adjudicamos valentía y el amor por la Patria como motores? ¿Acaso no enseñamos en las escuelas de su desprendimiento, dignidad, solidaridad, patriotismo y honor? Si estos son los afiches heroicos de los líderes que enaltecemos cuando aprendemos sobre lo que es ser peruano, peruana, ¿por qué nos conformamos con una banda de fantoches y bribones? Aquellos que hoy solo decoran los pasillos de los edificios oficiales no lo hacían por votos, sueldos, empleos para parientes, o dadivas con olor a corrupción; lo hacían por amor al Perú, y lo hacían por el honor de hacerlo, simplemente. ¡Eso hoy ya no existe! Los que transitan hoy esos mismos pasillos manchan las alfombras sobre las que pisan con las salpicaduras de sus pretensiones rebosantes.  ¿Te imaginas que hubiera sido de nosotros si esos padres y madres de la Patria hubiesen dicho: “¿Hagamos cálculos políticos, tenemos que resignarnos a aceptar el ‘mal menor’”? ¿Te imaginas que sería del Perú hoy?

No permitamos que jamás ¡Nadie! nos convenza de que es más seguro quedarnos en la mediocridad, en el “mal menor”, que arriesgarnos a alcanzar la excelencia. Enfrentemos ese patrón de conducta, esa trampa, esa mentira de que vamos a ser más felices si nos conformamos y entregamos la llave de nuestro “vehículo de vida” a otros. Hagamos presente nuestra valentía y atrevámonos a luchar por aquello que realmente anhelamos.

Así que, la próxima vez que te enfrentes a la elección entre conformarte con el “mal menor” o ir en búsqueda de la excelencia, recuerda que en esta vida mereces lo mejor. No tengas miedo de enfrentar tus temores. No dejes que la cobardía tome el control de tu vida. ¡Enfrenta tus miedos y elige la valentía de buscar la felicidad verdadera! Porque al final del día, conformarse con menos nunca será la respuesta. ¡Que viva el coraje y la audacia!