Un poco de teoría
Procrastinar: atrasar o aplazar algo que debe hacerse, a menudo por ser desagradable o tedioso, o porque nos genera algún grado de miedo. Esta acción —o, mejor dicho, inacción— ocurre de manera deliberada aunque no siempre de manera consciente. Esta última característica, la inconsciencia, es la más peligrosa, ya que forma parte de una redundancia, o lo que comúnmente llamamos círculo vicioso.
Decidirse si es la inconsciencia la que inaugura el círculo o, por el contrario, el hábito de la procrastinación, es más o menos como ponerse a ponderar sobre el huevo y la gallina. El hecho fundamental es que ambas cosas se retroalimentan la una a la otra: la inconsciencia del procrastinar nos da permiso para posponer constantemente en nuestras vidas sin percatarnos de ello; el posponer constantemente en nuestras vidas hace que sea más difícil reconocer conscientemente cuándo lo estamos haciendo y cuándo no, es decir que engendra mayor la inconsciencia de ello.
Afortunadamente, no es necesario entender los huevos y las gallinas de los círculos viciosos para corregirlos, solo es necesario romperlos, donde sea que se esté ahora mismo en el proceso de giro.
¿En qué procrastino?
A menudo, la procrastinación ocurre cuando tenemos que realizar tareas, sean obligatorias o elegidas por necesidad, pero frecuentemente comparten esa característica definitiva: el tedio, aburrimiento, la falta de glamour en las acciones que debemos de tomar. Esta es la clase de procrastinación que nos resulta tarde o temprano más evidente, ya que la tenemos palpable, rápidamente afecta resultados en el mundo físico que nos rodea, en nuestras vidas, nuestra familia, nuestro trabajo, sociedad, país. Y a menudo son justamente estas personas que nos rodean y que ocupan estos ámbitos antes mencionados las que nos advierten de que andamos dejando para mañana lo que deberíamos y podríamos hacer hoy:
- “Nunca haces las tareas llegando de clases y por eso luego andas corriendo tarde a la noche.”
- “Siempre esperas a quedarte con el tanque del auto en vacío antes de ponerle gasolina.”
- “Estos reportes pudiste completarlos en la semana y así, hoy, viernes, te estaría yendo a casa más temprano.”
Esta procrastinación tiene desde luego resultados desagradables a la larga, pero propongo yo que hay un tipo de procrastinación que hacemos mucho más a menudo, que logra permanecer bastante oculta en la inconsciencia, y que a la larga acarrea consecuencias nefandas a nuestra vida y entorno. Es una procrastinación que no solo nos afecta personalmente, sino que nos tiene en el estado de caos político en el que estamos en el Perú hoy en día. Sí, la clave está en el título de este texto: se trata de la procrastinación en nuestras decisiones.
La razón principal por la que a menudo quedamos obligados a decidir cuál es el menos peor de entre dos males es por esto. Imaginemos que la toma de decisiones es como la hora de juego en el colegio: está el camión de bomberos, la casita, el vaquero a caballo, la muñeca, los cubos de alfabeto… Tenemos frente a nosotros una decisión importante. ¿Cuál elegirías tú? Cuando una decisión debe ser tomada, a menudo uno tiene varias opciones para elegir. Pero cuando uno aplaza y se ve luego obligado a último momento a decidirse sí o sí, ¡pues, lo único que queda, porque nadie ha querido jugar con ello, son los cubos de alfabeto! Si eres procrastinador de decisiones: ahí los tienes.
Pero… yo no procrastino,
es solo que ________
A ver, llena ese espacio. Si no procrastinas, ¿qué es lo que te impide hacer las cosas ahora mismo?
A veces hay razones que nos impiden cumplir con lo que nos proponemos. Si se vuelca un camión frente a ti camino a la oficina lo más seguro es que tengas que llamar y posponer esa reunión. Fuerza mayor. La pregunta es ¿cuán a menudo se te vuelcan camiones en frente?
Las excepciones funcionan porque, como somos humanos y no máquinas, seguimos siendo muy infalibles y necesitamos cierto margen de error preestablecido para comprendernos entre nosotros. El problema es cuando las excepciones se convierten excusas.
Si encuentras que aun llegando el momento apropiado y oportuno para realizar eso que debes hacer o esa decisión que debes tomar y sigues encontrando razones para justificar posponer, lo más probable es que esos camiones volcados sean tan insustanciales como el típico “dame 5 minutitos más“.
Estas tareas, aunque tediosas o carentes de glamour, a menudo son cruciales para nuestro futuro; y esa decisiones que nos generan miedo tomarlas, te puedo asegurar que ya sabes que lo son también. Y, sin embargo, tendemos a encontrar una cantidad increíblemente creativa de razones para justificar el porqué la procrastinación es, en verdad, el mejor camino a tomar ahorita. Son todas excusas, al fin y al cabo, y casi siempre son de menor jerarquía e importancia que las tareas y decisiones que buscamos aplazar con ellas. Puede parecer que no, pues nos convencemos a nosotros mismos de su importancia, de lo imprescindible que es esperar a que ocurra ese algo, específico o genérico, que convierta a mañana, la próxima semana, o el mes que viene en el momento per-fec-to para realizar lo que estamos pateando.
El pequeño inconveniente es que el momento perfecto no existe y, entonces, nunca va a llegar… Con lo cual solo nos queda convencemos de que está bien y en realidad, pensándolo detenidamente, es lo mejor sucumbir a este aplazamiento continuo, como el que al primer estornudo se dice: “no, hoy no estoy como para ir al gym a hacer ejercicio…” Y así pueden pasar meses, años, toda una vida. [Ver nota al pie.]
Reconoce tu síntoma
Es muy común encontrarte diciendo alguna(s) de estas frases cliché cuando estás a punto de procrastinar o ya lo has hecho. (Por lo mismo, es común que oigas estas frases de otra persona que está a punto de procrastinar o ya lo ha hecho.) A ver cuántas reconoces:
Cuando el recibo de luz vence en 2 días:
- ¡No hay apuro, todavía hay tiempo!
Cuando ya te cortaron la luz:
- ¡Pero si solo han pasado 5 días de su vencimiento!
Cuando una tarea necesaria se atrasa una semana:
- ¡Mañana lo hago sin falta!
Cuando ya pasaron semanas o meses sin tomar una decisión importante y el afrontarla ahora es ya físicamente doloroso:
- ¡Este no es el mejor momento para tomar esta decisión!
Cuando nos afecta cómo se nos acumula el trabajo sobre nuestro escritorio:
- ¡Hoy no tengo tiempo, estoy lleno de tareas!
Cuando nos frustramos por nuestra propia procrastinación:
- ¡Es demasiado trabajo, mejor lo dejo para la próxima semana!
Cuando postergamos las decisiones esperando que sea otro el que las tome por nosotros:
- ¡Si cierro los ojos y espero, tal vez sea otro el que tome el riesgo en vez de tomarlo yo!…
Apelemos a la religión
Si somos religiosos y creemos en el pecado, en la modernidad probablemente añadiríamos un octavo: el “Pecado de Procrastinación”. Sería uno de los pecados más perniciosos para la vida y para la sociedad modernas. Sin duda sería el pecado principal —desde luego la Procrastinación debe ser peor que el Orgullo—.
Como yo no soy religioso, prefiero trabajar con el refuerzo positivo en vez de negativo; es decir, prefiero pensar en Responsabilidad como una virtud capital, en lugar de enfrascarme en la culpa que rápidamente deja en su sendero la procrastinación.
Si somos conscientes de que a cada paso que nosotros damos o decisión que tomamos estamos generando realidades nuevas para nosotros, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro país, debemos concluir que cada decisión nuestra genera mundos nuevos a nuestro alrededor.
Y es por eso que reitero mi convicción de que la procrastinación en tema de la toma de decisiones es probablemente la variante de procrastinación que más daño nos puede generar en la vida, pues los estragos que deja se suelen ver a la larga, ya todos acumulados, cuando, si no imposible, al menos es muy, muy difícil corregir rumbo.
Rumbo al Éxito
Como escribo en el capítulo XII del mi libro Rumbo al Éxito, “Tú eres tus decisiones”, la vida no es otra cosa que la continua y permanente toma de decisiones. Aunque no nos demos cuenta, siempre estamos tomando decisiones. Aun cuando aparentemente no tomemos ninguna, también lo estamos haciendo: estamos decidiendo no tomar una decisión, es decir, estamos decidiendo no decidir, y este es justamente el comienzo de la procrastinación.
Desde que abrimos los ojos por la mañana empezamos ya a tomar decisiones… y cada instante de nuestra vida está compuesto de decisiones tomadas o no, de caminos abiertos o cerrados, de problemas resueltos o pendientes; y cuando postergamos voluntariamente la toma de decisiones, también es el inicio de un daño acumulativo a nuestro Yo (mediador interno) y el Superyo (administrador de los valores morales).
Propongo que deberíamos analizar de cerca en qué casos es que postergamos la toma de decisiones ya que probablemente encontraremos el oscuro secreto detrás de ello: el miedo. No es otra cosa que eso. Es el miedo que nos produce incomodidad, insatisfacción, sentimientos de insuficiencia, culpa y dolor. [Ver nota al pie.]
El tema aquí es que nosotros no estamos acostumbrados a decidir y, entonces, por momentos sencillamente no lo queremos hacer. Tomar decisiones requiere de asumir un riesgo que la mayoría de las personas no están dispuestas a correr de buenas a primeras, es decir de pronto, repentinamente, cuando no se sentían “preparadas”.
Como consecuencia, esas decisiones que sentimos que es mejor tomar otro día vamos sumándolas a una bolsa de Decisiones Esquivadas. Esta bolsa comienza pequeña y ligera cuando nos convencemos por primera vez de que evitar esta sola decisión hoy, nada más, no va a causarnos problemas más adelante. Pero conforme vamos repitiendo esta acción —y cada vez se vuelva más fácil hacerlo porque más y más va convirtiéndose en algo automático e inconsciente—, esta bolsa va adquiriendo un peso inhumano que acaba quebrándonos las espaldas. La sumatoria de decisiones que se acumulan en la larga línea de espera en nuestras existencias nos pueden y, de hecho, nos generan un daño psicológico.
Es precisamente nuestra autoestima la que se ve mellada. El que procrastina en una cosa lo hace en otra también, de modo que esto termina abarcando todos los ámbitos de nuestra vida, tanto profesionales como personales, hasta que cuando queremos darnos cuenta ya somos “esa persona que no es confiable / responsable / profesional / _________ ” [agrega aquí tu adjetivo temido]. Se nos hace tan fácil procrastinar, porque, claro, nos volvemos muy expertos en todo lo que practicamos tan asiduamente. El procrastinar acaba definiendo nuestro carácter. No somos una persona que procrastina; somos procrastinadores.
Este daño a nuestra psiquis ocurre de forma paulatina y, al principio, imperceptible, pero también continua y de manera acumulativa. ¿Recuerdas la máxima: grano a grano se forman las montañas de arena? Pues eso es lo que ocurre aquí con el transcurrir de los años. Y a medida que va transcurriendo nuestra vida, estas montañas de Decisiones Esquivadas van generando un estado de estrés y ansiedad permanentes, ya que el procrastinar las decisiones importantes en nuestra vida nos prohibe encontrar coherencia en nuestra vida y nos sume en un perenne estado de insatisfacción con nosotros mismos, sintiendo que estamos en el lugar equivocado, en el momento equivocado y realizando las acciones equivocadas.
En otras palabras, no estamos siendo y haciendo lo que realmente queremos ser y hacer ¡porque lo estamos procrastinando!
Si vas por la vida haciendo más de lo mismo, vas a seguir teniendo exactamente los mismos resultados que vienes teniendo hasta ahora. Si no te gustan tus resultados, si realmente quieres que tus resultados sean diferentes, deberás arriesgarte, pararte desde otro lado, asumiendo las decisiones que vienes postergando desde hace días, semanas, meses y/o años.
“Rumbo al Éxito”, Alejandro Pucci.
¿Cómo nos afecta?
Cuando procrastinamos y pateamos para adelante la toma de decisiones, a menudo lo que estamos esperando de manera inconsciente es que sea otro el que las tome por nosotros. Esto nos lleva a un momento de nuestras vidas en que no éramos verdaderamente responsables de lo que hacíamos o decidíamos, es decir un momento más fácil, en que las decisiones más impactantes en nuestra vida eran si cogíamos el camión de bomberos o la muñeca, ¡y que por favor no nos toquen los bloques! En ese entonces eran mamá y papá los que se encargaban de decidir por nosotros; y cuando vamos creciendo, en la adolescencia, en la adultez primera, solemos también buscar delegarles a ellos ciertas decisiones incómodas que nos atemorizan. Nuestros padres están mayormente prestos a ayudarnos con ello durante toda la vida, aunque no es justo que lo hagan; pero cuando estamos en ámbitos en los que ellos tienen poco o nada que ver, como lo son la pareja/matrimonio, los hijos, el trabajo, nuestro lugar en la sociedad y país, inconscientemente buscamos a otros “padres” que tomen nuestras decisiones difíciles por nosotros: esposo/a, jefe, político, etc.
Pero, no nos mintamos a nosotros mismos: el delegar las decisiones a una “fuerza mayor” es también procrastinación, pura y dura.
Esto que en apariencia se ve muy cómodo (el dejar nuestras decisiones incómodas en manos de otros como cuando éramos niños) en la realidad no solo afectará a nuestra autoestima, nuestro Yo y Superyo, como he mencionado antes, sino que nos hará perder el control de nuestra propia vida. Dicho así tan llanamente queda evidente: si entregamos el poder, el timón de nuestro “vehículo de vida” a otro, no somos nosotros autónomos y dueños de lo que nos pasa (y deja de pasar).
(Propongo un ejercicio de pensamiento: ¿Hasta qué punto podemos llamarla “nuestra vida” cuando es otra persona la que a todas luces la está viviendo por nosotros?)
Quien no decide por sí mismo deja su destino, el de su familia y, al final, el de su sociedad y su país en manos de otros. El gravísimo error que estará cometiendo aquí probablemente sin saberlo es que en esa entrega hay implícito también un sometimiento ciego a los criterios de esos otros, de él/ella/ellos, quienes sean. Y aquí entramos ya a un ámbito crucial, el de la Libertad, o mejor dicho la pérdida de la Libertad, por la que históricamente hemos luchado tanto. Una persona acostumbrada a procrastinar, aunque no lo sepa y sin duda no lo quiera, estará sometiendo gran parte de su libertad. Ya sea a poderes supremos que decidan por ella; ya sea al estar atada a una vida que no la satisface; o ya sea tan simplemente al no poder hacer lo que quiera, cuando quiera, porque tiene un bagaje de cosas aplazadas que tiene que atender primero; no será y tarde o temprano no se sentirá una persona libre.
No obstante, es probable que sea, nuevamente, en el ámbito sicológico en que los síntomas comiencen a mostrar claramente los trazos de la enfermedad: la persona procrastinadora inconscientemente se estará diciendo a diario: “¡No puedo, No soy capaz, No me atrevo!” … y, a la larga, termina no solo creyéndoselo, sino, peor aun, termina convenciendo a los que lo rodean de que eso es cierto.
N.B. ¿Por qué procrastinamos?
Los factores que decantan en las posibles razones por las que cada uno procrastina es muy grande y este artículo solo pretende ser un pequeño cordial o tónico para que despertemos a este tema. Si buscas conocimiento más profundo y a detalle respecto de ello, una vez más apelaré a mi libro Rumbo al Éxito.
Para el/la que esté en busca de más información, aquí les dejo un extracto del capítulo III, “Quiero alcanzar el Cielo”, donde expando sobre una de las razones más comunes por las que procrastinamos nuestras decisiones importantes: el miedo, que hemos tocado un par de veces en el artículo.
El miedo defensor y el miedo paralizador
Lo que nosotros heredamos de esta evolución del Ser Humano a través de su historia es el miedo. Ese mismo miedo primitivo hacia lo desconocido, hacia lo que podía herirnos, hacia lo que no podemos comprender hizo arraigo en nuestro ADN, condicionándonos para la dicotomía ataque–huida.
Debido a que el miedo pasó a ser un elemento gravitante en la ecuación de la supervivencia de los Seres Humanos se tornó, por lo tanto, en la mejor forma de controlar a los niños, pues a falta de argumentos es extremadamente efectivo. ¿Quién no recuerda los miedos sembrados por padres, tutores o cuidadores en nuestra niñez? ¿Quién no recuerda los cucos, diablos, hombres de la bolsa e infinidad de nombres con que nuestros socializadores nos han controlado apelando a ese primitivo sistema de supervivencia que hace que busquemos refugio y seguridad?
De modo que es importante entender que un temor no es algo “malo” per se. En el estudio de uno mismo rara vez se podrá decir que algo es “bueno” o que algo es “malo” pero, especialmente en este caso, se diría que el temor no puede ser entendido como algo “malo”. Los temores reciben siempre un estigma de negativi dad como si fuera una maldición terrible que nos ha caído encima y que debemos extirpar de dentro de nosotros como un cáncer. Sin embargo, y ya que estos son el rezago de la forma como hemos sido criados desde niños, responden a nuestro sistema más primitivo de supervivencia (el de la dicotomía ataque–huida). Entonces, los temores son en realidad un recurso de defensa y, por ende, no representan de ninguna manera algo “malo”.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo, los miedos van mutando, por supuesto, como todo en nosotros, hasta esconderse detrás de excusas adecuadas a nuestra edad. Por ejemplo, un joven de 17 años no podría soportar seguir teniéndole miedo a ese monstruo que se esconde en el closet o bajo la cama; eso le causaría vergüenza y dolor y sería una humillación a su orgullo. Es entonces que dicho monstruo muta, junto con el conjunto de todos los miedos del individuo, hacia elementos que sean más acordes con la edad: es decir que pasan a ser personas, situaciones, eventos, cualquier cosa que justifique el tener dichos miedos, cualquier estímulo del miedo que nosotros aceptemos como lógico.
Y es entonces que el miedo, en la mayoría de los casos, deja de servir su función de defensor, de gatillo del sistema de supervivencia ataque–huida, para convertirse en un agente de entumecimiento, de paralización. Es entonces que, al dejar su función principal, el temor se convierte en algo negativo (nunca “malo”) para nuestros propósitos, pues no nos permite avanzar hacia nuestros sueños, y esto, por operar sobre estímulos desaparecidos o que en realidad no suponen un peligro actual a nuestra supervivencia. Sin embargo, como estos, los temores, han sido sembrados en nosotros durante nuestra niñez, es nuestro niño interno el que los acciona en defensa de cosas que surgen desde ese pasado. De este modo, a veces los temores sí cumplen su real trabajo, el de prevenirnos de los peligros (al cruzar una calle y oír un fuerte bocinazo, por ejemplo) aunque a veces también nos paralizan, dejándonos a merced de nuestras circunstancias, especialmente cuando responden a estímulos ya acabados (al paralizarnos por completo frente esa persona que nos atrae, pues el temor al rechazo se ha vuelto tan potente como el instinto de supervivencia ante un depredador que pudiera atacarnos; o a la toma de decisiones que son de suma importancia para nuestra vida, pues sentimos instintivamente que el tomar una decisión equivocada podría eventualmente dejarnos desamparados, sin protección, sin comida, sin futuro).
¿Qué hago con el miedo?
La mala noticia es que estos temores no pueden ser extirpados y echados al tacho. Tenemos que aprender a convivir con ellos, así como con nuestros sentimientos de culpa y nuestros deseos.
La buena noticia es que este trío —los temores, los sentimientos de culpa y nuestros deseos— sí pueden convivir de manera harmoniosa. Y lo más importante es que tenemos la posibilidad de elegir cuál de los tres es el que ha de escribir el guion de nuestra película.
Por eso que cada vez que te descubras procrastinando o a punto de procrastinar pregúntate cuál es el miedo o la culpa que está detrás de esa procrastinación y que no te permite sacar tu Líder natural que tienes dentro y alcanzar tus sueños y el éxito. Te aseguro que la respuesta a esa pregunta te dará el impulso necesario para cortar con el circulo vicioso.
Comentarios recientes