¿Más de 40 candidatos a presidente? La resaca de un sistema desgastado y una población a punto de estallar
Las elecciones se acercan, pero el clima no es de esperanza, sino de hartazgo y desilusión. Con más de 40 candidatos compitiendo por la presidencia, la población está sumida en una crisis de confianza. Las promesas vacías y los discursos vacíos de contenido se han convertido en el pan de cada día, y el sistema electoral está tan desgastado que los votantes ya no creen en nada ni en nadie. La sensación general es que todo está roto. Sin embargo, los partidos políticos, como siempre desoyendo a los ciudadanos, siguen presentando más de lo mismo, siguen sin ofrecer soluciones reales.
El hecho de que haya más de 70 partidos políticos habilitados para participar en las elecciones refleja la paradoja de la multiplicidad: más opciones no siempre significa más democracia, sino mayor confusión. A pesar de que la idea de contar con muchas opciones suena atractiva, en la práctica esta multitud de candidatos solo genera desconcierto en los votantes, aumentando la indiferencia y, en algunos casos, fomentando la radicalización.
La paradoja de la multiplicidad: mientras más opciones, más confusión.
Haciendo una analogía con la ‘Cueva de Platón’, en la que los prisioneros confunden las sombras proyectadas con la realidad, una proliferación excesiva de candidatos políticos puede darnos una impresión equívoca de lo que en realidad está ocurriendo. Una exposición excesiva a mensajes repetitivos o alternativas que parecen distintas pero que son esencialmente iguales puede llevar a los ciudadanos a depender más de la propaganda y las opiniones dominantes que de su propio criterio y análisis. Pues bien, tener más de 40 candidatos da una impresión de diversidad real de opciones y parece una oportunidad para dar voz a diversos sectores de la sociedad, pero en la práctica esta falsa variedad tiende a generar caos absoluto y confusión, lo que favorece que los ciudadanos se dejen influir más por la propaganda y las opiniones dominantes que por un análisis reflexivo y fundamentado.
Si antes el concepto de “voto de castigo” (la costumbre común en el Perú de no votar en segunda vuelta por el candidato que se desea, sino contra el que se desea evitar) era abstracto, ahora se ha vuelto palpable. Con tantas opciones, los votantes no saben a quién elegir, pues los candidatos parecen indistinguibles, todos parecen ofrecer lo mismo: nada. Esto genera una fractura profunda en la confianza. El sistema electoral ya no se percibe como un medio para lograr una democracia efectiva, sino como parte del problema, algo corrupto y lleno de promesas incumplidas.
La sociedad, harta y desilusionada, está al borde del colapso.
El origen de esta crisis no está en la cantidad de candidatos, sino en el estado emocional de la población. El hartazgo ha alcanzado niveles insostenibles. La gente está agotada de promesas vacías y el sistema electoral no ofrece respuestas satisfactorias. La desconfianza se ha convertido en moneda corriente y el desencanto es palpable. Los sectores más vulnerables —los jóvenes, los trabajadores— ya no creen en el sistema. La política tradicional ha fallado, y lo peor es que los partidos políticos siguen sin ofrecer soluciones auténticas. La pregunta “¿por qué votar?” se ha convertido en una broma cínica. Si todo sigue igual, ¿para qué participar? Los legados de gobiernos previos, en particular el de Castillo, y el que será el legado del gobierno actual de Dina Baluarte, han sido y serán devastadores para la gente: con corrupción, inseguridad y una creciente presencia de mafias en el Estado. Ante esto, los políticos tradicionales no ofrecen alternativas, sino que se ocultan tras la corrupción y tratan de reforzar estructuras de poder que ya han demostrado ser ineficaces.
La radicalización como última opción: quemar todo y empezar de nuevo
Cuando un pueblo llega al nivel de desconfianza y desesperación como el actual, la radicalización se convierte en una opción. El pueblo comienza a pensar que solo “quemando todo” —es decir, destruyendo el sistema y las instituciones existentes— se podrá reconstruir algo desde cero. Este ambiente propicia el extremismo, que es caldo de cultivo para discursos incendiarios y propuestas simplistas y peligrosas, tanto de izquierda como de derecha. Con una sociedad cada vez más polarizada, la capacidad de encontrar soluciones comunes se reduce. Cuanto más radicalizada se vuelva la población, menos espacio habrá para un debate democrático, y las posibilidades de construir un futuro común se desvanecerán cada vez más.
Una tercera vuelta: Un desafío a la democracia, pero también la clave para la renovación política
En medio de la desconfianza y el caos electoral, algunos proponen la implementación de una tercera vuelta electoral como posible solución. Este modelo, considerado radical, introduciría una nueva fase en el proceso electoral. La idea detrás de esta tercera vuelta es brindar más tiempo para la reflexión y evitar que las decisiones se tomen de manera apresurada.
Aunque esta propuesta es muy atractiva y ofrece numerosos beneficios, también conlleva ciertos riesgos. Uno de ellos podría ser la fatiga electoral, ya que tres rondas de elecciones podrían resultar agotadoras para los votantes. Además, la polarización podría intensificarse, dificultando aún más el consenso entre los ciudadanos. Sin embargo, en un sistema tan saturado como el actual, estos riesgos podrían ser justificables si lo que buscamos es romper con la racha extremadamente negativa de las últimas elecciones.
Imaginemos que en la primera vuelta hay más de 40 candidatos (una elección desastrosa, sin duda). En lugar de seleccionar solo dos de esos más de 40, se optarían por los cinco más votados, quienes pasarían a la segunda vuelta. En esta etapa, en lugar de contar con solo dos opciones, habría cinco, de las cuales se elegirían los dos más votados para pasar a la tercera vuelta, donde finalmente se elegiría al presidente o presidenta de la República.
La razón principal de esta propuesta es darle más tiempo al proceso electoral para depurar a los candidatos. Al comenzar con cinco opciones, los votantes tienen más tiempo para evaluar las propuestas y tomar decisiones más pensadas. Además, la tercer vuelta permite que los dos candidatos más fuertes se enfrenten en una contienda más racional y menos populista, permitiendo un análisis más profundo de sus propuestas.
La clave está en que este sistema permitiría a los votantes disponer de más tiempo para evaluar las propuestas de los candidatos individuales y reflexionar sobre el verdadero carácter de cada uno. El proceso de reducir drásticamente la cantidad de opciones entre la primera y la segunda vuelta facilitaría que, al llegar a la tercera vuelta, las opciones fueran más claras, evitando que la elección se base únicamente en la popularidad momentánea o en decisiones impulsivas.
En teoría, el modelo de la tercera vuelta garantizaría que el elegido sea el candidato con un respaldo real y no simplemente el favorito momentáneo, o lo que es aún más preocupante, el resultado de una votación contra el candidato no deseado: el “voto de castigo”. En un entorno tan fragmentado y polarizado, esta opción podría permitir a los votantes pensar más allá de las primeras impresiones y tomar decisiones más racionales.
Además, al darle al ciudadano más tiempo para evaluar a los candidatos, se evitaría el bipartidismo de facto y las decisiones apresuradas que podrían llevar a líderes inapropiados al poder. Asimismo, esta estructura podría obligar a los candidatos a presentar propuestas más concretas y sostenibles, reduciendo la tentación de caer en el populismo barato.
En última instancia, toda solución implica riesgos, pero si estos son bien calculados, el éxito estará a la vista. Este modelo podría representar un avance significativo en la manera de elegir a los líderes, garantizando una representación más sólida y legítima en el contexto de una democracia moderna. Sin duda, este proceso aumentaría sustancialmente las posibilidades de que el elegido sea quien cuente con el respaldo real de la mayoría, y no simplemente el que logre captar más votos en una elección rápida y emocional.
Un sistema de tres vueltas para una democracia madura
La propuesta de una tercera vuelta electoral no es ni buena ni mala en sí misma, sino una alternativa que refleja el desgaste de un sistema democrático que no ha logrado responder adecuadamente a las expectativas de la ciudadanía. En este contexto, una tercera vuelta podría ofrecer una solución a la fragmentación y confusión electoral, permitiendo a los votantes elegir de manera más reflexiva y menos emocional. Sin embargo, esta propuesta no será efectiva si no va acompañada de un cambio profundo en la cultura política del país. Necesitamos reconstruir la confianza en las instituciones y ofrecer una política auténtica, que se conecte realmente con las necesidades de la gente.
Como con toda solución política, si no hay un cambio genuino, la tercera vuelta no será más que otra solución temporal que no logre superar la crisis de confianza y polarización.
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